sábado, 13 de octubre de 2012

La culpa no es del chancho...

Esa tarde Matías quedó a cargo del cuidado de la casa y de los animales.

A esas horas de la siesta y en aquellas latitudes son pocas las responsabilidades que hacen al cuidado de una chacra, en contraposición a las incontables aventuras que un niño puede desarrollar.
Claro que llevar agua a los bebederos por ejemplo, implicaba un gran esfuerzo. Había que cargar varios baldes en la bomba manual y trasladarlos hasta los diferentes corrales. También proveer de maíz a las gallinas significaba pasearse arrastrando una pesada bolsa a lo largo de los gallineros. Pero el posterior recreo sin la mirada de los padres embiste a cualquier crío de una fuerza y una destreza tales, que los deberes se hacen en un santiamén.

Dado el calor de aquel día, su padre le había encomendado una tarea excepcional: No te vayas a olvidar de tirarle agua a la chancha! Mirá que se va a sofocar si no, eh! Yo vuelvo en un rato.

Ni bien se diluyó el sonido de la camioneta, Matías corrió a buscar su gomera. Como tantas otras armas de guerra, era de su propia creación. Había comenzado la hora de cazar alguna torcaza, probar puntería con alguna ramita o bien molestar a los gallos. No sería la primera vez que desmayaba a un gallo de un piedrazo.
Era tal el afán de explotar ese reinado temporal, que incluyó además de la caza, un circuito cerrado de ciclismo con obstáculos, el escalado a la cima de aquel pino, un partido solitario a la bolita y el perfeccionamiento de su arco para futuros combates.

Habrían pasado dos horas cuando recordó el pedido especial de su padre. Rápidamente cargó un balde de agua y lo llevó a los tumbos hasta el chiquero.
Allí yacía la bestia de unos cincuenta kilos, toda cubierta de barro seco, respirando con cierta dificultad y con la mirada perdida.
Apiadándose ante ese panorama, Matías comenzó a volcarle lentamente el balde de agua a lo largo de todo el lomo. La chancha pareció recobrar el ánimo con la fría bendición emitiendo un grito ronco y esgrimiendo algunos movimientos.
Con la tranquilidad del deber cumplido, Matías tiró el balde por ahí y corrió a reanudar sus andanzas.

...

El grito del padre se escuchó en varias chacras vecinas. Matías acudió al violento llamado, deteniéndose a varios metros antes de llegar al corral.
El espectáculo fue lo suficientemente elocuaz como para que Matías conservara la distancia a su padre. La chancha seguía en la posición que estaba al momento del baño, con la diferencia que tenía las patas rígidas y un rictus inusual.
¡Le tiraste agua encima! ¡El agua se la tenías que tirar en el chiquero! ¡¿No sabes que los chanchos se refrescan en el barro?!.
Los argumentos de Matías acerca de que la vio muy acalorada y que tal vez el agua sobre el lomo le ayudaría..., solo sirvieron para enfurecer más a su padre. Zafó de los cintazos porque corrió raudamente a encerrarse en su cuarto.
Los restos de la chancha no sirvieron ni para alimentar a otras bestias.

Moraleja 1: hay veces en que ayudar a alguien lo puede matar.
Moraleja 2: si te quedas solo con la chancha un día de mucho calor, no le tires agua en el lomo, tirásela al lado, así hace su barro.