miércoles, 25 de diciembre de 2013

Jungle bells

Para el playero de la estación de servicio; para el pendenciero que me vino a prepotear anoche; para el chino del súper; para el loco que me paró en la calle diciendo hoy está peor que ayer, el calor está insoportable; para la señora que va en el bondi, con este calor, quién sabe a dónde; para el bondicero; para el tachero que va despacito; para el pibito de la esquina; para el viejo decrépito que vende flores, adormecido por el calor, ¿alguien le comprará una flor hoy?; para el portero que está mirando los autos pasar; para los viejos que charlan en la vereda; para los que viajan en la ruta; para el que viaja en aquel avión por cualquier cosa menos por placer; para el piloto del avión; para los que están cortando las calles porque no tienen luz; para los que los putean; para el negro Matías, cómo puede estar tan cercano estando tan lejos; para la vieja que maneja su mustang todo rotoso, lástima que no está escuchando a un Leonard Cohen, le quedaría fantástico; para el borracho que camina bajo el sol; para el que está internado en ese hospital; para el que ayer no entendía cómo insisten en juntar la parentela, ni que hablar de entender cómo la sangre no tiene nada que ver con la afinidad, ni con el amor, ni con la comprensión; para Josefina que decía para mi que no existe Papá Noel y que aún ignora quién es su padre biológico; para los que brindaron con agua; para los que no brindaron. Para todos los que no encajan en la paparruchada marketinera y santurrona de las putas navidades, para ellos este espacio y mi deseo de que sean felices mañana, pasado mañana, dentro dos meses cuando de las lucecitas de colores, de los pinos disfrazados y de los alimentos de otras latitudes no queden ni los rastros.

martes, 10 de diciembre de 2013

El cerdo siguió comiendo... y dudando

"Nada es bueno, ni malo, ni justo, ni injusto."


Pirrón de Elis. Aquel que acompañara al gran Alejandro por la India, tal vez conteniéndolo en algún desvelo expedicionario.

Pirrón, filósofo impasible. Ese que quedó marcado por la brutal experiencia de ver quemarse vivo a aquel sabio hindú, que mientras se incineraba le gritaba ¡esto es el dolor! Esa noche habían debatido largamente acerca de la naturaleza del dolor, y de cuánto la filosofía puede capturar el verdadero dolor. Pirrón tenía muchos argumentos. Pura palabra. Es que la filosofía a veces se pierde en vericuetos lingüísticos. El dolor no puede ser accedido por medio de las palabras. El verdadero dolor empieza cuando la palabra no tiene qué decir.

Aquel gran sabio de Elis, Pirrón. El mismo que un día dejó de hablar, extremando aquello de que de lo que no se puede hablar, mejor guardar silencio. Si no podemos acceder a la verdad a través el lenguaje, mejor no decir nada. Esto no impidió, sin embargo, que sus discípulos siguieran oyendo durante años al maestro, en sus largas y magistrales clases silenciosas, aprendiendo de aquello que irrumpe ante la sustracción de la palabra.

Pirrón, pensador impasible. El que quería que sus discípulos aprendieran el paradójico saber de ser felices de no saber, que aprendieran a cultivar esa capacidad negativa.

Fundador del escepticismo. Rey de la duda. Practicante acérrimo de la ataraxia y el epoché. Ese día, Pirrón, tuvo miedo.
Si no fuera por ese chanchito, que no dejaba de comer aún cuando el barco se agitaba rabioso. Qué gran apoyo tuvo Pirrón.
La acusación unánime del resto de los tripulantes, mezcla de asombro y envidia, no parecía importarle.
Tal vez recordaba aquella ocasión en que fuera atacado por un perro. En esa oportunidad no había podido controlar su pavor. Y nunca falta un observador. En aquel caso, éste, además tuvo el tupé de señalarle lo inusual de su perturbación, a lo que Pirrón contestó, ¡difícil despojarse por completo del elemento humano!


Al señalar el porcino, Pirrón argumentó que el sabio debía erguirse con una imperturbabilidad semejante.
No hubo caso. El pánico los alcanzó como las olas.
La tormenta duró varias horas. Pirrón mantuvo su semblante, aunque por dentro estaba cagado en las patas.

Finalmente llegaron al puerto.
Pirrón continuó su larga vida de duda hasta los noventa años.
El cerdito, quien sabe si alguna vez dudó, no corrió la misma suerte. Ni bien bajaron del barco lo cocinaron para la tripulación hambrienta.