domingo, 20 de enero de 2013

El verdulero de todos los días

Todos los días, inevitable, implacable, indiferente, como un gran telón de fondo de nuestras vidas, el mundo avanza. Nada puede detenerlo, o al menos, nada que no implique exterminarnos por completo como género humano. Me pregunto si estas personas reflexionarán acerca de estas cuestiones, o si vivirán inmersos en sus cotidianidades. 

- Hola, que tal. Dígame.
- Sí, estaba buscando unas manzanas bien dulces. ¡No como las las que llevé la vez pasada, eh! Eran arenosas. ¡Dame unas buenas! Un kilo.

Manzanas dulces o arenosas. A veces envidio a la gente preocupada por las cuestiones más banales. Tal vez por suponer que viven así. Que esta señora vive su vida inauténticamente. ¿Tendrá momentos de reflexión? Recuerdo aquello que leí una vez de un tal Heidegger: que la vida inauténtica nace del ocultamiento de lo terrible de nuestra condición, mientras que la autenticidad consiste en reconocer que somos un "ser para la muerte", única vía de acceso a la libertad. 

- ¿Qué más?
- Dame medio kilo de kiwis.

Qué extrañeza me produce este mundo. Su indiferencia. No se si se debe a los efectos de un sistema que solo está interesado en producir mercancías y generar consumidores de tales mercancías. Y que por consiguiente genera una alienación tal que puede llegar a tornarnos idiotas, que solo viven para consumir, indiferentes a lo importante, indiferentes al Otro. Sin embargo, yo aun pienso. Y se que no soy el único. Tal vez sea el único verdulero. No obstante, aún quedan esperanzas.

- ¿Qué más?
- ¿Tenés peras?
- Sí. ¿Cuánto?
- A ver... quiero verlas pri...
(niiiiiiinuuuuuuuú-niiiiiiinuuuuuuuú-niiiiiiinuuuuuuuú-niiii....)
- ¡Ay! ¡Estas sirenas son insoportables! Te decía que quiero verlas primero. No sea cosa que estén machucadas.

La señora con sus peras. Algún pobre tipo en la ambulancia. Dos segmentos que se cruzan en un punto. Quizás uno de los segmentos termine cerca del punto de cruce. Es un buen dibujo de la vida. Un cúmulo de segmentos en un espacio.

- Mire. ¿Le parecen bien?
- ¿Son dulces?
- Sí.
- Dame... dos!
- ¿Qué más?
- Dame medio de naranjas... como para jugo.

Impresionante. La sirena solo produjo una ligera molestia en algunos de los clientes. Ya todos volvieron a lo suyo. ¡Te podes estar muriendo en una ambulancia mientras la gente elige frutas!
Es curioso formar parte de ese telón de fondo de otras vidas. Esa escenografía que no se inmuta por nada. Da igual si antes de ayer te vi reír, si ayer te quitaste la vida, si aún persiste el eco de tu disparo, si hoy algunos recuerdos llegan con fuerza. No importa, el mundo se despierta igual, con gente que quiere comprar sus manzanas, sus peras, sus naranjas.

- ¿Qué más?
- ¿A cuánto está el kilo de tomates?
- Quince pesos.
- ¡¿Cuánto?! ¡¿Tiene pepitas de oro?! Dame medio kilo.

Pepitas de oro. La mercancía a la que remiten todas las mercancías: el capital. Da igual el oro que los tomates. O no. El oro brilla más. La subjetividad puesta al servicio del dominio de lo ente. Y por supuesto, de la explotación del hombre por el hombre.

- ¿Qué más, señora?
- Creo que nada más... A ver... ¡Ah, sí! Casi me olvido. ¡Limones! ¿Cuánto el kilo?
- Diez.
- ¡Dios! Dame dos limones.

Dios murió, hace rato. Pero algunos se resisten a velarlo. La modernidad, que sacó al Hombre del letargo religioso medieval para ponerlo en el centro de la escena, que lo hizo dueño de su historia, no consiguió erradicar esa necesidad de crear un Dios. Que se yo. La figura protectora-castigadora paternal es esencial en nuestra constitución psíquica. Por otra parte, es bueno tener un depositario del destino individual y grupal. Alguien a quien responsabilizar.

- ¿Algo más?
- No. ¿Cuánto es?
- Treinta y siete con cincuenta.
- ¡Qué bárbaro! Y después dicen que no hay inflación. ¡Así no se puede vivir!